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La Editorial Hécate nace con la idea de ofrecer al lector interesado en Historia Militar una serie de relatos, provenientes en su mayor parte de fuentes primarias, que nunca fueron traducidos en su día al castellano o que lo fueron de modo deficiente.
El BF 110 de Kadow, custodiado por soldados británicos. Foto: Pat Burgess Collection
Poco después del mediodía del 11 de julio de 1940, un día después de comenzar la Batalla de Inglaterra, Gerhard Kadow, teniente de la Luftwaffe y jefe del 9º Escuadrón de la 76ª Ala de Cazas Pesados (9/ZG 76), tuvo el dudoso privilegio de ser el primer piloto alemán hecho prisionero en suelo de Inglaterra. Sus desventuras en la contienda no eran algo nuevo, ya que habían comenzado casi un mes antes, concretamente el 8 de junio. Ese día la Luftwaffe envío 32 cazas pesados Bf 110 sobre el espacio aéreo suizo buscando un enfrentamiento directo con los cazas Bf 109 vecinos, dado que estos habían derribado o dañado, del 1 al 4 de junio, varios de sus aparatos que habían cruzado su frontera durante la Batalla de Francia. La provocación alemana no salió como se esperaba. Los 14 Bf 109 suizos que salieron a interceptar la incursión dieron cuenta de cuatro Bf 110 y dañaron varios más, entre ellos el pilotado por Kadow a cambio de perder uno sólo de sus aparatos.
Kadow resultó herido y su ametrallador muerto. Pasó convaleciente el resto de la campaña, pero para cuando comenzó la de Inglaterra ya se había recuperado, así que retornó al combate. La suerte volvería a abandonarlo en una de sus primeras salidas, tal y como relató él mismo al ser entrevistado con ocasión del cuarenta aniversario de la batalla:
El 11 de julio de 1940 pilotaba el Bf 110C-4 con matrícula 2N+EP, acompañado por mi habitual operador de radio y servidor de ametralladora, el cabo Hemult Scholz. Mi escuadrón tenía su base en Laval. Acompañados por otro par de escuadrones, teníamos la misión de proteger a los bombarderos en picado Ju 87. Estos debían atacar un gran número de los objetivos prefijados, situados en el área de Portland, en la costa sur de Inglaterra.
Antes de despegar, nuestro jefe de Ala, el comandante Walter Grassmann, nos dijo que era imperativo que no resultase derribado ninguno de los Stukas, sin importar el riesgo que corriesen nuestras propias vidas. Nuestro papel de “ángel guardián” era ingrato, pero todos lo aceptamos de buen grado. Aquel día, mi escuadrón sólo tenía listos para el combate siete aparatos, y se me indicó que debía proteger el flanco derecho a 4.000 metros de altitud. Los otros dos escuadrones debía proteger el izquierdo a 6.000 metros y proporcionar escolta cercana a los Stukas después de que estos hubiesen lanzado sus bombas, momento en el resultaban más vulnerables.
Durante buena parte del vuelo a través del Canal de la Mancha no sucedió nada, pero al alcanzar la costa inglesa apareció el enemigo. Conté cerca de una veintena de puntos negros en el horizonte, a una altitud algo mayor que la nuestra. Estaba seguro que se trataba de cazas de la RAF, aunque no podía identificarlos en aquel momento como Spitfires o como Hurricanes. Fueran quienes fueran, sabía bien que nuestros bimotores no daban la talla en maniobrabilidad a la hora de combatir contra aquellos cazas de un solo motor, por lo que las oportunidades de ganar eran reducidas. La proporción de cazas británicos en comparación con mi escuadrón era de tres a uno; sin embargo, teníamos el deber de proteger a los Stukas, para que pudiesen bombardear sin ser molestados. Al menos, nuestro Bf 110 tenía la ventaja de contar con un par de cañones de 20 mm y cuatro ametralladoras en el capó.
Llevé a cabo un ataque frontal contra el primero de los cazas. Accioné el disparador y los proyectiles salieron hacia el enemigo como el agua de una boquilla de regadera. La velocidad de aproximación era alta, y, en el último instante, tanto mi atacante como yo tuvimos que romper y separarnos para evitar chocar de frente. Desconozco si llegué a acertarle o no con algunas balas.
Pocos instantes después tenía un par de cazas en los talones, y estos abrieron fuego. Casi de inmediato, mis dos motores dejaron de funcionar, y se hizo muy evidente que mi regreso al continente se hallaba muy comprometido. Mi adversario comprendió claramente que había ganado y dejó de disparar, aunque siguió vigilándome por detrás… Lancé el techo de la carlinga para poder saltar rápidamente, y con la esperanza de que la maldita cristalera golpease al caza. Le ordené a Helmut Scholz que hiciera lo mismo. Me hizo saber por el interfono que su sistema de desprendimiento de cristalera había quedado fuera de servicio; probablemente había quedado dañado por el impacto de una bala. Por supuesto, ya no me pude plantear saltar y abandonar a su suerte al valiente Scholz, y un amaraje de emergencia hubiera resultado mortal para él. Así que tan sólo nos quedaba una única solución: aterrizar en suelo británico y la certera perspectiva de convertirnos en prisioneros.
Una vez que el Bf 110 quedó posado sobre su vientre me di cuenta de que, al llegar el momento, no podía salir del habitáculo. Una bala explosiva había impactado contra el asiento, haciéndole un gran agujero, y unos “colmillos” retorcidos de aluminio en el borde de éste se habían enganchado en la funda de mi paracaídas, en mi uniforme de vuelo ¡e incluso en mi carne! Me incliné hacia delante y conseguí por fin liberarme.
Evacué el avión e hice saltar por la fuerza la vidriera del habitáculo de mi ametrallador, a fin de permitirle salir. No tenía más que algunos rasguños, provocados por las esquirlas de metal.
Según las instrucciones, la primera cosa que había que hacer en caso de aterrizaje forzoso en suelo enemigo era destruir nuestro avión. Pero carecíamos de carga explosiva específica para ello, así que abrí las tapas de los depósitos de combustible de emergencia e intenté prenderles fuego con la llama de los disparos de mi pistola. Lancé ocho balas, sin resultado. Ahora que puedo reflexionar bien, ¡fue un golpe de suerte! El avión habría explotado, y nosotros con él.
Conforme esto pasaba, escuché impactos, probablemente de balas. Fui al otro lado del aparato para averiguar qué pasaba y al instante sentí un golpe en el tacón. Un proyectil había entrado por la suela de mi bota de vuelo justo cuando me disponía a dar un paso. El tacón de goma ayudó a desviar la bala, la cual me provocó una herida leve y superficial en el pie izquierdo. Después de esto, ambos abandonamos el aparato y miramos a nuestro alrededor.
Aparecieron unos veinte soldados, y un oficial nos ordenó que levantásemos las manos. Así lo hicimos, y nos convertimos en prisioneros de guerra. Me quejé de que no estaba permitido disparar a los aviadores que habíamos sido derribados. Él dijo que habíamos intentado destruir nuestro aparato y que simplemente había intentado evitar que así lo hiciésemos, ¡y añadió que podíamos estar contentos de que no hubiésemos recibido una bala en la barriga!
Durante el combate aéreo habían sido derribados otros dos aviones de mi escuadrón. Uno de ellos, pilotado por el teniente Jochen Schroeder, había amarado, pero tanto él como su ametrallador habían logrado salir; sin embargo, el ametrallador estaba gravemente herido y murió poco después. Jochen fue rescatado por una barca. El otro Messerschmitt estaba pilotado por el teniente Hans-Joachim Goering, sobrino del General de la Fuerza Aérea Hermann Goering; probablemente recibió una herida mortal y se estrelló cuando todavía estaba en la cabina.
En el ataque fue abatido otro Bf 110 y uno de los Stukas. Kadow fue posteriormente trasladado a un campo de prisioneros en Canadá, y liberado en noviembre de 1946. Su Bf 110 C-4 3551 2 N+EP fue asimismo el primero de su tipo en ser capturado casi intacto en Inglaterra.
Kadow, en el centro de la imagen, rodeado por otros cuatro camaradas antes de comenzar la Batalla de Inglaterra. Foto: colección particular
Otra imagen del BF 110 de Kadow custodiado por los británicos. Foto: colección Pat Burgess