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La Editorial Hécate nace con la idea de ofrecer al lector interesado en Historia Militar una serie de relatos, provenientes en su mayor parte de fuentes primarias, que nunca fueron traducidos en su día al castellano o que lo fueron de modo deficiente.

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LA SEMANA EN LA QUE NUEVA YORK ARDIÓ
05 de Diciembre, 2016

LA SEMANA EN LA QUE NUEVA YORK ARDIÓ

El 7º Regimiento de la Milicia de Nueva York fotografiado a su llegada a la ciudad para aplacar los disturbios.

Los disturbios más violentos acontecidos en la ciudad de Nueva York sucedieron entre el 13 y el 16 de julio de 1863 y tuvieron como detonante el sorteo del reclutamiento para servir en las filas de la Unión durante la Guerra Civil. La ley vigente permitía librarse del servicio militar pagando 300 dólares para “alquilar” un sustituto. Las clases bajas no podían permitirse tal lujo y llevaban protestando contra aquella injusticia desde comienzos de la guerra. Los ánimos más encrespados eran los de los trabajadores de origen irlandés, aunque las pandillas callejeras de otras procedencias también estaban de acuerdo con ellos, lo mismo que muchos ciudadanos de clase media que simpatizaban con el sur, ya que en Nueva York se manipulaba gran parte del algodón de las plantaciones sureñas, material que luego se exportaba desde sus muelles.

El 13 de julio, primer día del reclutamiento, varios centenares de alborotadores asaltaron e incendiaron las oficinas en las que tenía lugar el sorteo y atacaron a los bomberos que acudieron para apagar el fuego. Los regimientos de la milicia estatal no podían ayudar a la policía, ya que se encontraban en Pensilvania junto a las tropas regulares de la Unión. El telégrafo fue cortado para evitar que se pidiese ayuda a otras fuerzas militares y los ataques a arsenales y agentes de la ley mostraron enseguida que la ciudad se enfrentaba a un levantamiento de magnitud desconocida hasta entonces, suceso que inspiraría la parte final de la película Gangs of New York, de Martin Scorsese.

Pese a su importancia, se han publicado muy pocos testimonios de primera mano sobre el desarrollo de los disturbios. Uno de ellos, muy breve, está recogido en una carta escrita por John Torrey (1796-1873). Botánico de la Academia Nacional de las Ciencias y analista de metales preciosos para el Gobierno, Torrey narró sus vivencias durante el levantamiento a una herborista que trabajaba en Harvard. Entre sus palabras destacamos las siguientes líneas:

Nueva York, lunes, 13 de julio de 1863

Hoy tuvimos grandes disturbios en Nueva York, que todavía están en desarrollo. Nos informaron de ellos cerca del mediodía, en la Oficina de Análisis Químicos, pero pensé que eran exagerados. Cada media hora llegaban relatos frescos y algunos de nuestros oficiales del Tesoro —que ocupan el mismo edificio que nosotros— se alarmaron. Yo había hecho planes para visitar esta tarde a mi hija Eliza en Snedens, pero justo cuando estaba a punto de salir llegó el Sr. Mason y dijo que había visto cómo una muchedumbre detenía dos coches en la Tercera Avenida y sacaba de ellos a algunos negros para maltratarlos. Esto hizo que decidiese regresar a casa para poder proteger a mis sirvientes de color. No pude ir ni por la Tercera ni por la Sexta Avenida, ya que los transportes se habían detenido. Tomé la Cuarta Avenida y encontré las calles repletas de personas. Cuando alcancé la Calle 34 descubrí la totalidad de su calzada y de sus aceras repletas de hombres rudos —y de algunas mujeres igualmente zafias—, que estaban arrancando raíles, cortando postes de telégrafo e incendiando edificios. Caminé discretamente y me abrí paso a través de ellos sin ser molestado. En la Calle 49 eran muy numerosos y cuando pasé cerca del Colegio realizaron un ataque contra una de las hileras de casa nuevas que hay en nuestra calle. Los alborotadores fueron inducidos a marcharse por uno o dos sacerdotes católicos, quienes los sermonearon con pacíficos discursos. Encontré a mis hijas Jane y a Maggie un poco alarmadas, aunque no asustadas. La chusma había estado en los terrenos del Colegio y llegó hasta nuestra casa deseando saber si vivía en ella algún republicano y los fines para los que se utilizaba el Colegio. Iban a incendiar la casa del senador Preston King, ya que era rico y un convencido republicano. Cuando se dirigieron a ellos sacerdotes católicos desistieron a regañadientes. ¡Aquellos furiosos hombres, sin sombreros ni abrigos, se reunieron bajo nuestras ventanas y gritaron con fuerza a favor del presidente confederado Jefferson Davis! Tenemos empaquetados y listos para su traslado en cuanto sea dada la orden algunos de los objetos de mayor valor y menor volumen. Todos los de la familia pasaremos la integridad de la noche con nuestras ropas puestas, ya que no hay modo de saber cuándo volverán.

Hacia el anochecer, los alborotadores, furiosos como demonios, fueron dando gritos hacia el Asilo de Huérfanos de Color que hay en la Quinta Avenida, un poco más abajo de donde vivimos nosotros. Hicieron rodar un barril de queroseno hasta su interior y toda su estructura se encontró pronto en llamas; ahora es una ruina humeante. No sé lo que ha sido de los trescientos pobres e inocentes huérfanos; debieron de haber recibido algún tipo de advertencia previa acerca de lo que pretendían los alborotadores, y confío en que fueran desalojados a tiempo para escapar a una muerte cruel. Antes de que este fuego fuese extinguido —o, mejor dicho, antes de que se consumiese por sí solo, ya que los malvados y miserables que lo provocaron no permitieron que se utilizaran las mangueras— el cielo del norte apareció brillantemente iluminado, probablemente por el incendio del Hogar de Ancianas de Color en la Calle 65 o del puente de Harlem, lugares que recibieron las amenazas de los alborotadores.

Antes del crepúsculo salí para pasear un poco Quinta Avenida abajo. ¡Al ver a un grupo de pendencieros en los terrenos de la enorme y soberbia mansión del Dr. Ward encontré que habían ido allí con la intención de prender en llamas el edificio, que está lleno de valiosas obras de arte! Toda la familia estaba fuera y suplicaba a los bribones que desistieran, ¡asegurándoles que todos ellos eran demócratas y que se oponían al reclutamiento! Los alborotadores se marcharon por fin pero podrían regresar antes del amanecer. Conversé con uno de sus cabecillas y este me contó que incendiarían la ciudad al completo antes de detenerse. ¡Y me dijo que mañana caerá en sus manos Wall Street! En la Oficina de Análisis y en la del Tesoro estaremos preparados para su llegada. Por raro que resulte, durante mis últimas pesquisas los militares no se vislumbraban por ninguna parte. Puede que mañana tengamos un día sangriento.

 

Nueva York, miércoles, 15 de julio de 1863

Esta mañana me vi obligado a llegar hasta la oficina en un carruaje alquilado. Un amigo que me acompañaba había visto ahorcado a un pobre negro una o dos horas antes. Aquel hombre había disparado contra un bombero irlandés en un ataque de nervios y ellos colgaron de forma inmediata al infeliz africano. En nuestra oficina no había habido problemas durante la noche. De hecho, la gente que trabaja allí se moría de ganas por pelear. Teníamos una batería compuesta por unos veinticinco cañones de rifle, cada uno con tres balas en su interior, que habían sido montados en una cureña de cañón. Aquella arma podía ser cargada y disparada con rapidez. También teníamos bombas de diez pulgadas, listas para ser encendidas y arrojadas por la ventana, e igual cantidad de ácido sulfúrico dispuesto para ser proyectado contra la muchedumbre.

De vuelta a casa encontramos en movimiento a un gran número de soldados de infantería, artillería y caballería, así como a grupos de ciudadanos armados. Los peores agitadores están en las Avenidas Primera, Segunda y Séptima. Mucha gente ha sido asesinada allí. Son muy hostiles hacia los negros y a duras penas se puede avistar a uno. Una persona que visitó nuestra casa esta tarde vio a tres que habían sido ahorcados juntos. Central Park se ha convertido en una especie de refugio para ellos. Cientos estaban hoy allí, sin cobertura, bajo una severa lluvia. Abarrotan también las comisarías de policía.

Caminando por la Quinta Avenida, cerca de la Calle 48, un hombre que vive allí me contó que pocos minutos antes, a plena luz del día, tres rufianes habían agarrado los caballos del carruaje de un caballero y habían exigido dinero. Los ocupantes pudieron escapar por los pelos, azuzando los caballos. Inmediatamente después detuvieron otro carruaje, sacaron fuera a las personas y subieron ellos mismos dentro, gritando y blandiendo sus garrotes. Los ladrones deambulan en pandilla por todas partes, se presentan en las casas, exigen dinero y amenazan con emplear antorchas si se lo niegan. Esta tarde estuvieron por mi calle y yo mismo pude verlos. Quizá nos llamen, pero dentro de pocos minutos —son las diez y media de la noche— nos vamos todos a la cama.

Enfrentamiento armado entre alborotadores y soldados según el corresponsal del Illustrated London News.

Enfrentamiento armado entre alborotadores y soldados según el corresponsal del Illustrated London News.

Los grandes disturbios de Nueva York

En Los grandes disturbios de Nueva York, el historiador Joel Tyler Headley recoge con sumo detalle todos los acontecimientos de aquellos convulsos días, así como el desarrollo otros disturbios que alteraron la vida de la Gran Manzana desde que esta fue fundada hasta los años posteriores a la guerra civil entre Norte y Sur.

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